De amores y candados

candados del amor en gandia

La culpa es de Federico Moccia. En su novela Tengo ganas de tí los protagonistas sellaban su amor colocando un candado en el puente Milvio y arrojando la llave al rio Tíber. El éxito de la obra lo ha convertido en moda y sus efectos, como se ve en la fotografía, han causado estragos en puentes, monumentos  y mobiliario urbano de medio mundo.

Al margen de lo poco estético que resulta ver un espacio público groseramente atiborrado de semejantes objetos, más dudas le genera a uno la idoneidad del simbolismo que se les ha otorgado. Para gustos los colores pero he de confesar que se me escapa la metáfora. Los candados me parecen objetos inquietantes. Porque son disuasorios y restrictivos. Porque convierten «guardar» en «ocultar». El candado cambia la naturaleza de los objetos y los pervierte.

El Ayuntamiento de Gandia, atento a todo aquello que suene a innovación, también quiere tener su propio «Ponte Milvio» e instaló para San Valentín en la plaza de Loreto, rebautizada a tal efecto como «La Plaza del Amor» (con un par) unas rejas alrededor de la fuente que ocupa el centro, animando con una campaña sonrojante a que los enamorados colocaran «espontáneamente» sus candados de amor eterno. 

Pero la ocurrencia no obtuvo el efecto esperado. Las ferreterías y tiendas de los chinos que llenaron sus almacenes de estos artículos ante el temor de verse desbordados por la demanda de miles de parejas persuadidas por un impulso irrefrenable de colocar su candado en la «Plaza del Amor», ahora tienen un problema con el stock. Una solución para dar salida a este excedente, propongo, sería que lo adquiriera el Ayuntamiento y lo utilice para poner a buen recaudo al autor intelectual de semejante cursilada.  

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